lunes

Under the neon lights



Yo no vengo esta noche a imperar en tu cuerpo...

(MALLARMÉ)



LA NUIT

Volver de la noche
como quien vuelve
impune
del pasado.
Olvidar el naufragio
de nuestros cuerpos
a la mañana
siguiente,
Descender por las vísceras
de la realidad
sabiendo
que nadie grita
como nosotros,
que nadie se bebe
la noche
como nosotros,
que, en el fondo,
estamos solos
bajo los neones.

Odile

jueves

BLEU


DIOS, ¿Por qué siempre voy a buscarte
al puente de los suicidas?



Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.

Luis Cernuda

domingo

Los límites de la realidad


METAFICCIÓN


El infinito campo de los posibles se extiende
y si por casualidad lo real se presentara ante nosotros,
quedaría tan fuera de los posibles que, en un brusco desmayo,
iríamos a dar contra ese muro surgido de repente
Marcel Proust



¿Qué es real y qué no lo es? ¿Cuáles son los límites de la realidad, si es que verdaderamente existe?Eran las seis de la tarde y yo me dirigía a la facultad de Filosofía y letras para preguntar el horario del nuevo curso. Después de un verano exiliada a orillas del Mar Negro, en el lugar donde Ovidio escribió Las Pónticas, decidí coger el metro para volver a escuchar el sonido de los trenes al llegar a las estaciones. Plaza España. Línea amarilla y azul oscuro. De nuevo andares frenéticos, pulsos de minutero y nebulosa, sangre púrpura corriendo por los pasillos. Una vez en el vagón, al igual que Vila-Matas al llegar a París, yo también quise hacerme la intelectual y saqué de mi bolso Pornografía de Wiltod Gombrowicz para continuar leyéndolo. Al terminar la cena doña Amelia se levantó y pasó a las dependencias del servicio, pero los demás, ya animados por el vodka nos quedamos a bromear. Karol reía como un buen muchacho llenando las copas de todo el mundo. Observaré que Amelia cuando volvió se sentó de un modo raro, no tuve tiempo para cavilaciones porque enseguida se cayó al suelo. En el suelo había una mancha roja. (...)Levanté la vista del libro. Fuera de Powórna aún no había muerto nadie. En el vagón imperaba el bullicio de las horas puntas. Continué con mi lectura. Waclaw, el hijo de doña Amelia, agonizaba por la muerte de su madre. En ese preciso instante, mientras la agonía se prolongaba, cuatro cabezas más allá de la mía, un niño comenzó a llorar. -!Ameeeeelia, Ameeeelia!, !Ameeeeelia, Ameeeelia!-gritaba. Sentí un escalofrío. De pronto la ficción superó los límites de la realidad o la realidad superó los de la ficción. Entonces me imaginé que ese niño se llamaba Waclaw y que Waclaw volvía a los cinco años para llorar la muerte de su madre, buscando siempre la pureza. Y no sé por qué, me dio por pensar en que alguien en algún lugar estaría leyendo el mismo capítulo al mismo tiempo y que en el momento del llanto del niño Waclaw, también sintió el escalofrío. Porque después de todo, hacemos de nuestra vida literatura y confundimos la literatura con la vida y acabamos suicidándonos con la palabra, como Pizarnik. ¿Qué es real y qué no lo es? ¿Cuáles son los límites de la realidad, si es que verdaderamente existe? Al llegar a Moncloa hice trasbordo a la línea seis, los demás jóvenes llevaban alcohol en sus mochilas. Querían emborracharse porque habían acabado la Selectividad y la vida ahora, era bella. Subí las escalerillas. Torcí a la derecha. Comencé a caminar. Aún seguía en Powórna.

miércoles

París no se acaba nunca

SANS LIMITES


París, marzo 2009


El pasado, decía Proust, no sólo es fugaz, es que no se mueve
de sitio. Con París pasa lo mismo, jamás se ha ido de viaje.
Y encima es interminable, no se acaba nunca.

Enrique Vila-Matas


viernes

La revolución no será televisada


OJOS NEGROS


El hombre es en sí mismo rebeldía
y la rebeldía es el motor de la humanidad.
Mijail Bakunin

Mírate papá, en esta foto tenías dieciocho años y estabas lleno de una timidez insondable. Eran los setenta, la época de los Rolling, tú leías El Capital bajo los nogales y creías en Marx en lugar de en la resurrección de la carne. Por las mañanas trabajabas en la panadería de tus padres y escondías los panfletos del partido comunista en sacos de harina con el miedo en el pecho. Tú por aquella época no tenías ni un duro pero ibas a las pensiones más sórdidas de Zamora por amor y pasabas frío en ellas por amor y tenías miedo en ellas por amor a la literatura. Al cabo de unos años te enamoraste de una mujer que no te hacía pasar ni frío ni miedo, una mujer que leía a Bakunin y fumaba L&M. Y te fuiste a Madrid a estudiar Derecho en la Autónoma y tus compañeros de piso te incitaban a fumar marihuana o atracar un banco. Y te cambiaste de piso, porque a ti en el fondo sólo te interesaban las conversaciones de política en los cafés vacíos. Franco había muerto y tú reafirmaste tu incredulidad hacia la resurrección de la carne. La Transición despuntaba con esa canción tan hortera inundando todas las emisoras. Libertad, libertad sin ira libertad. Y tú la cantabas en todas las manifestaciones e invocabas a Marx, siempre observándote desde el limbo con sus ojos de acero. Yo todavía no era nadie, ni siquiera una idea en tu mente de "progre". Habrían de pasar años para que tú y la mujer del L&M, en Lisboa, decidieseis tener una hija con el nombre de un personaje de Sartre. Y mírame, papá, tengo dieciocho años y amo a Sartre. Hoy me he dado cuenta de lo perra que es la vida. Aquí la gente sobrevive como puede para que a los hijos de los hijos de la ciudad no les falte de nada. Estoy harta de la prepotencia, papá. No me gusta lo que veo cada vez que me despierto y voy a la autoescuela medio zombie por la Gran Vía. Es imposible no implicarse. No hace falta viajar a la India para saber lo que es la pobreza, no hace falta viajar a la Conchinchina para saber lo que es la soledad. A lo mejor tú vecino necesita un abrazo, tus abuelos una llamada o una ayuda con los comedores las monjitas de la calle Pez. Ya no somos niños. Estaba bien cuando jugábamos al margen de lo que sucedía en el mundo porque nosotros vivíamos en el nuestro propio. Pero repito, ya no somos niños. Papá, tú me has puesto los pies en la Tierra. Ya es hora de que nos vayamos dando cuenta del ruido que hacen las radiales a las ocho de la mañana.

miércoles

September is the cruellest month


PENSAMIENTOS DE UN OTOÑO TEMPRANO


El abismo es vértigo de todo renacimiento.
Lao Tse


El verano se agota. Septiembre nos abofetea con su mano de acero. Después de la vorágine de sensaciones queda la realidad más letal, la más atronadora, la más difícil. La verdad nos golpea, nos golpea, nos golpea. Somos viento. Madrid vuelve a llenarse del ruido de las ambulancias y de los taladros. Vuelvo a madrugar por las mañanas. Vuelve el frío que cura la timidez de mi clavícula izquierda. Vuelven los Beatles con su "Yer Blues" y el tabaco de liar en los cafés de los noctámbulos. Otro septiembre. La misma ciudad. La misma crueldad del mismo mes. Yo distinta. Aún así, hay cosas que no cambian. En mi mente, Port- Marly sigue inundándose y John Lennon aún no ha muerto. Aún así, no seguir soñando no es una opción. Que nadie se alarme, que nadie grite con una bandera blanca cosida en el pecho. Dejémonos arrastrar por su caos, intentemos vivir no sobreviviendo a otro septiembre.



martes

Parques poliédricos


DANS LES YEUX NOIRS DE LA MORT


La belleza será convulsiva o no será.
André Bretón


Nos citamos en un parque a las afueras de Massachussets. A esa hora sólo permanecían fieles a la noche los borrachos en los bancos y los amantes enraizando sus cuerpos en el suelo fértil. Los secretos temblaban bajo los árboles. También temblaban sus ojos. Tenía miedo y el azul tiritaba. Su boca comenzó a moverse. No me sueltes, la soledad da vértigo- dijo. Pero no dijo eso. Eso sólo era lo que yo quería que él dijese. En su lugar habló de mi belleza y de que la belleza sólo dura lo que dura un orgasmo. Yo no supe qué decir. Me pareció triste ver cómo se alejaba entre los árboles y saber que seguía allí a mi lado, intentando decirme que no habría un lugar de últimas veces. Una mujer que había estado bebiendo en un banco se acercó a pedirme un cigarro. Sólo tengo tabaco de liar y no puedo liarte un cigarro. Me están dejando. Éste debe ser un momento trágico y terrible dentro de mi existencia. La mujer me miró como si no entendiese nada. Ella sólo quería que le liase un cigarro. Está bien, te recitaré una copla nostálgica para que te pudras de dolor tú sola en casa. Y comenzó a cantar Alfonsina y el mar. Yo pensé en la poeta argentina saltando desde una escollera al Mar de Plata, con sus ojos negros clavados en la muerte. Yo no quiero suicidarme. No estoy enamorada- dije. Brindó por ello- me contestó enseguida. Decidí liarle el cigarro en honor a la poesía o a la muerte. Comenzó a contarnos su historia. Vivía en la calle y su mujer iba a morir en una cama blanca de un hospital sin nombre. Ella prefería las noches en los parques, el tabaco ajeno, la textura de los bancos, la luz de las avenidas. Después se llevó la lata de cerveza a la boca y me aseguró que los hombres me harían una esclava y que las mujeres me elevarían hasta séptimo cielo. Lo que le hacía falta a Concha Velasco es probar un coño. Ésta fue su frase final. Dicho esto se levantó de nuestro lado y se dirigió nuevamente hacia su banco. Él y yo nos miramos como si ninguno de los dos fuera ya el mismo después de aquella conversación nocturna. Pero seguíamos allí, mientras el silencio se hacía cada vez más asfixiante y ninguno de los dos encontraba la palabra exacta para despedirse. Un adiós hubiese bastado pero sólo me atreví a pensar en las felices lesbianas, en los finales trágicos, en que ya nada importaba lo suficiente como para no volverse estoico o dejarse llevar por la marea. El amor nos desgarra, nos arrastra hacia el fondo, donde cubre, donde ya no sabemos qué dirección tomar, donde sólo queda el nado y el combate con las olas. El amor nos abandona en los parques, al filo de las latas de cerveza, en la línea oscura de los acantilados. Dicen los románticos que la muerte engulló a Alfonsina mientras ésta se internaba lentamente en el mar. Y tú me hablaste, Alfonsina, porque estabas en las palabras etílicas de aquella mujer ebria. Y murmuraste que me alejase del mar, que huyera lo más lejos posible del mar. Y yo te hice caso, Alfonsina. La belleza será convulsiva o no será.