
El primer recuerdo que tuvo Mono fue el de una humillación. Era verano en 1985 y Mono tenía siete años. Los niños de su misma edad correteaban por la piscina de su urbanización con bañadores de proporciones minúsculas que dejaban ver sus frágiles miembros moverse grácilmente por el césped. Parecían felices mientras jugaban a buscar cosas bajo el agua. Mono los observaba desde su toalla de los Teleñecos. Tenía miedo a la piscina porque le recordaba al océano y temía al océano porque temía ahogarse. No sabía nadar. Además Mono, era obeso y sus únicos amigos eran los libros de Julio Verne y los Bollicao de chocolate. Aquella tarde Mono decidió acercarse a la piscina. Acababa de leer Veinte mil leguas de viaje submarino y comenzaba a no tener miedo al océano. Mono se situó en bordillo de la piscina con sus ojos fijos en la superficie acuosa. En ese momento los demás niños, antes inmersos en el juego, optaron por la destrucción y se dirigieron a Mono sin que éste los viera. Iban en manada, como las fieras cuando salen a cazar por la selva. Mono era la presa, su víctima más próxima. Dos de ellos lo sujetaron por los brazos mientras un tercero le quitaba el bañador. Después, lo arrojaron al agua desnudo. Mono recuerda la proximidad de la muerte. También recuerda las manos de la mujer que le salvó la vida; eran suaves y se hundían en la voluptuosidad de su carne. Más adelante, a los doce, recordaría ese tacto y tendría su primera erección.
Mono ahora tiene treinta y cinco años, estudia Filosofía en la Facultad de Letras. Nunca asiste a clase, y si asiste es sólo para ver las piernas de las jóvenes que acuden a diario. Tras una adolescencia llena de erecciones, eyaculaciones y citas con Jenna Jameson a la hora del crepúsculo, Mono se siente hastiado y sólo encuentra consuelo en el whisky. Hoy es su primer día. Comienza el segundo año de carrera. Piensa en Nietzsche, también en Jenna Jameson. Intenta recordar aquellas manos bajo el agua, el primer beso en un Mc Donalds desértico, el sonido de las cremalleras al bajarse, la atmósfera de un cine porno. Acaba de observar a dos adolescentes que no deben tener más de diecinueve años. Se sienta junto a ellas. Tiene una erección pero intenta contenerse. Se contiene. Mira fijamente al profesor que habla sobre la ética teleológica de Santo Tomás de Aquino. Ignora toda la explicación. Se duerme. Sueña que Santo Tomás de Aquino le dice"HAZ EL BIEN Y EVITA EL MAL". Para poner en práctica dicho principio, invita a las adolescentes a un gintonic. Éstas fingen estar ocupadas y bajan las escaleras hacia la cafetería. Mono intenta seducir a otras mujeres pero fracasa estrepitosamente, su dialéctica ya no funciona tan bien como en los noventa. Ante la evidente derrota decide tomarse una Coca-Cola en la cafetería mientras lee a Víctor Balcells Matas traducido al checo y busca una nueva presa a la que seducir. A su derecha están sentadas las dos adolescentes, fuman tabaco de liar mientras hablan de la Generación Beat y dan pequeños sorbos a su café expreso. Intenta introducirse en la conversación. -¿Estáis hablando de Gignsberg? ¡Me encanta! Lo conocí en un sueño, me dijo que dejara la bebida y me pasara al peyote. Las adolescentes se ríen y comienzan a seguir su juego. Mono se siente feliz y no puede evitar tener otra erección. Esta vez no se contiene y comienza a masturbarse bajo el libro de Víctor Balcells Matas, en cuya portada sale el autor desnudo e intentando sacar músculo. Las adolescentes hablan ahora sobre Simon de Beauvoir y el gazpacho andaluz. Ninguna de ellas se percata de lo que está sucediendo hasta que Mono comienza a gemir. Nosotros asistimos al espectáculo desde lejos. Las adolescentes lo miran con desprecio, le insultan, cogen sus cosas y se precipitan a la salida. Mono eyacula sobre el papel. Después de aquella tarde, no vuelve a la cafetería. A pesar de estar siempre llena, sólo es capaz de sentir la soledad más profunda.